Desde los más remotos
tiempos, España se ha caracterizado y se ha vanagloriado por la
diversidad y la calidad de sus vinos. Las leyendas afirman que muchas
de esas viñas fueron plantadas por los nietos de Noé y que incluso
este patriarca hizo algún viaje a Andalucía Occidental y a la
norteña tierra riojana. Precisamente los tartesos (mandados por
Tarsis, que es del mismo nombre que el descendiente de Noé, citado
en la Biblia), llegados a nuestras tierras 2.500 años antes de
Cristo y que gozaban de ser un pueblo pacífico y civilizado, ya
comerciaban con nuestros vinos apreciados en tierras del lejano Egeo,
de Kittin y de Egipto.
Estos relatos que quizás
se pierdan en la leyenda, quedan recogidos en lecturas más o menos
verosímiles de las viejas bibliotecas conventuales.
En época posterior, en
la época romana, hay tratados de la vid y de la elaboración del
vino en las obras de Virgilio y Columela. Lucio Moderato Columela era
gaditano y destacó sobremanera en conocimientos de materia agraria.
En su obra “De re rústica”, compuesta de doce libros, destaca la
temática sobre viñas y vinos que tendría gran trascendencia muchos
siglos después.